lunes, 10 de noviembre de 2008

Los riesgos del humanismo (Autor: Eduar Antonio Rodríguez Flores)

“Los filósofos no han hecho más que
interpretar de diversos modos el mundo,
pero de lo que se trata es de transformarlo”.
Carlos Marx. (Tesis sobre Feuerbach).

Edmund Husserl en La filosofía de la crisis de la humanidad europea, habla de las posibilidades de alcanzar un conocimiento a partir de la admiración. Dicha admiración, como la concebían Aristóteles y Platón, tenía un evidente origen desinteresado. Es por ello que Husserl nos dice lo siguiente:

“Se apodera del hombre la pasión por una concepción del mundo y un conocimiento del mundo que se aparta de todos los intereses prácticos y que, en la esfera cerrada de sus actividades cognoscitivas y de las horas a ellas consagradas, no desarrolla ni aspira sino a la theoría pura”.

Así también Giambattista Vico en su Ciencia Nueva, indica que la primera forma de conocimiento fue la aparecida de los “robustos sentidos y muy vigorosas fantasías”, facultades connaturales de los hombres. Es de esta forma que la poesía, aquella forma de sabiduría primera de la que Vico hacía referencia, nació “de la ignorancia de la causas, que fue la madre del asombro ante todas las cosas, pues ellos, ignorantes de todas las cosas, las admiraban intensamente”.

Con lo anterior, a partir del testimonio de dos filósofos, confirmo la vinculación del umbral del conocimiento con la ignorancia propia del hombre. El ser humano, desde su aparición en la tierra, se ha visto necesitado de encontrar un sentido a todo aquello que lo rodea. Precisamente es por la ignorancia de las causas de donde nace la actividad interpretativa. El hombre, así, se atreve a observar subjetivamente el mundo, a enfrentarse con la multiplicidad de textos que, en muchos casos, se convierten en relevantes para su desenvolvimiento. Nacen, a partir de sus diversas interpretaciones, mundos posibles que determinan la dirección de las actividades del mismo. Sin embargo, el desinterés inicial por conocer, inherente a la naturaleza del hombre como señalaría Aristóteles, se ha extraviado en la perniciosa marcha de la humanidad. La necesidad por entablar relaciones con los demás sujetos, otra característica inherente al hombre, ha llevado a sofisticar los medios de dominación excluyente de los sectores más radicalizados de los posteriores sistemas sociales al primitivo. Dichos guetos son precisamente los que conforman la cúpula de la dominación social. ¿Qué ha sucedido entonces con la relaciones y con la correspondencia semiótica que se entabla naturalmente? Mientras, como señala Landowski, me veo condenado a construir el sentido en mis interacciones con las cosas y con los otros, surgen serios problemas que, precisamente, contribuyen con la tergiversación de la naturaleza desinteresada de la semiótica. Estos riesgos son evidentemente la prueba de que la actividad interpretativa trasciende la barrera de la mera descripción de fenómenos producto de nuestra sensibilidad. Se trata de introducirse, penetrar profundamente en los abismos del contacto. La paradoja se encuentra precisamente en que la exploración se desarrolla en las inmensidades de lo relativo; aquel mar inocuo, en un inicio, pasa a ser el conjunto de nuestras grandes posibilidades de falibilidad, por nuestra procedencia marginal. Además, encontrar un sentido, ya que existen diversos sentidos (otro factor conflictivo), nos invita a compartir, comparar nuestra experiencia con los co-participantes de nuestra sociedad experiencial (los otros también interpretan, como yo pero de distinta forma, el mundo). Es ha esto, en líneas generales, a lo que denominaré inter-acción. La peligrosa contrastación de nuestros puntos de vista, subjetividades ingenuas o no, dictan los parámetros inmediatos a seguir de las interacciones.
Luego de un diálogo, de una real inter-acción, es que surge lo intersubjetivo, el común de los otros y yo. Pero el establecimiento de este acuerdo social es un proceso que resulta cándido si se considera que el enfrentamiento de mundos posibles, y de sus convicciones de carne y hueso, no toma en cuenta casi nunca que sus intrínsecos proyectos carecen de actitud crítica, y de la consideración de que todo acercamiento a lo real es solo eso, un acercamiento. La imposibilidad de penetrar en la “Verdad de lo real” es ocultada inconscientemente o no, es camuflada, reemplazada en presencia por otro rostro que sugiere una nueva apariencia pero que conserva la misma intención. Ya sea para manipular o para programar, el hombre se compromete con el sentido, necesita de él para conseguir sus fines, entablar diferencias a partir de diferencias, dominar o ser lo menos dominable posible.

Lo que en un inicio era el producto de la ignorancia con respecto a los fenómenos naturales, se convirtió en una actividad fértil e inacabable para escapar de la ignorancia del otro. La ciencia ha revolucionado con agresivos mecanismos para combatir, a sangre fría, la ignorancia con respecto a los enigmas de la naturaleza. Así, el hombre, se ha visto necesitado de lo artificial para dominar a lo real, lo cual, se escapa de sus alentadoras expectativas. La ciencia se encarga de ello. Empero, las relaciones sociales ¿pueden confiarse a una disciplina que nos informe de los pormenores de lo inesperado de una reacción humana? Podrá, efectivamente, configurarse una constante en el comportamiento humano en base a promedios culturales. No obstante, lo intermitente de la heterogeneidad que pervive en cada individuo termina por aparecer de la manera más inesperada posible. Es así que los riesgos se agudizan mientras las interacciones comprometen más fuerzas interpretativas, en vez de mecánicas. Guiarse por estadísticas tiene sus desventajas. Sin embargo, en un clima acrítico como el actual, es inevitable ser predecible hasta el hastío para nuestros pretendientes dominadores. Los humanos, a diferencia de los objetos (salvo excepciones), son altamente inestables. La heterogeneidad compositiva de los hombres los hace la síntesis de toda su sociedad. Es así que un individuo, como el signo que construye a partir de su experiencia, es la ideología que lo rige. Si esto es así, es necesario dirigirnos a cuestionar a los medios de manipulación masiva que pululan indiscriminadamente en nuestra sociedad actual. Si somos concientes de ello, sin problemas seremos testigos de la radicalización de la práctica negativa de la interacción, de la compenetración interesada con los fenómenos del otro a dominar. El interés por someter, el afán por despojarnos de la ignorancia con respecto al otro, nos conlleva al desarraigo de las posibilidades de pervivir como especie. Las ambivalencias morales, las fluctuaciones en cada ente social, son irremediables. Empero, si la especie humana desea permanecer en el mundo, será necesario que entable ajustes entre sus integrantes. La reciprocidad y la idea de comunidad son conceptos que se condensan ante la hoguera a la que nos remite el individualismo abusivo del frágil, pero extendido, sistema imperante. En la actualidad, ser un canalla representa dilatar la bomba de la que uno mismo será víctima.

Convivir en conjunto no es lo mismo que vivir con otros. Mientras que el conjunto implica una interrelación, en la cual hay que “ajustarse a uno a otro”, vivir con otros es simplemente mantener un espacio vital común sin, necesariamente entablar una relación más allá de la debida. Sucede, en el caso de las humanidades, algo muy parecido. Los humanistas no entablan mayor relación que la de un espacio académico en el que y del que viven. Se predican incesantemente los conceptos de diálogo y unión pero, como es evidente, prevalece el individualismo que en realidad enmascaran. Así, los humanistas pretenden demostrar que poseen la Verdad (la utópica verdad con MAYÚSCULA), en una suerte de logomaquia con fines complejamente manipuladores. Por medio de retórica, de adulaciones o violencia, se pretende instaurar un humanismo que responda a las normas que beneficien a las partes comprometidas. De una manipulación pretenden pasar a una programación de “lo que debemos hacer”. Por ello el término humanismo, tan desvalorizado –y hasta casi inaceptable-, no responde a las necesidades de diálogo que se requieren. Basta con observar actos faltos de ética y responsabilidad social que circulan inmunes dentro de la sociedad actual. Basta abrir los ojos y observar al monstruo más cerca que nunca. Pero el monstruo, no nos confundamos, está fabricado con cada una de nuestras partes más oscuras. Los humanos hemos construido, a lo largo de la historia, a la bestia que nos estrangula en la actualidad. Por nuestra parte, como humanistas, debemos iniciar un cambio que principie en nosotros mismos y que luego contagie sensibilidades a los demás. No se trata de ser los predicadores del conocimiento a priori, se trata de dialogar y transmitir ese espíritu comunicativo y social a los demás, de replantear el rumbo que debe tomar la humanidad y no los facinerosos guetos excluyentes .

Por mucho tiempo nos hemos encargado de interpretar al otro para adquirir mecanismos de dominación social masiva. Debemos, aunque nos enfrentemos a los riesgos de un humanismo sensibilizador, transformar nuestra sociedad, ofrecerle un giro humanístico a la humanidad.

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